Sello del Presbítero egresado de nuestro Seminario


El presbítero egresado de nuestro Seminario ha de tener el sello del sacerdote diocesano según el querer de Dios en la enseñanza de la Iglesia. Esto implica una realidad perenne, propia del ministerio ordenado, que debe ser asumida por los seminaristas del Seminario Pontificio de Santiago. E implica, también, una atención a las circunstancias propias del tiempo que vivimos en nuestra diócesis y en nuestra iglesia chilena, las cuales requieren del presbítero algunas notas específicas que acá presentamos.

Este sello orienta el proyecto formativo del Seminario exigiéndole encontrar los objetivos, criterios de discernimiento, experiencias formativas y recursos necesarios para consolidar en los seminaristas, con su diversidad de dones y personalidades, el presbítero que la Iglesia necesita según el querer de Dios. Comenzando por un acento en la identidad madura(1), nuestro sello se organiza en tres aspectos: un hombre fraterno, cristiano y entregado.

IDENTIDAD MADURA CON TRES NOTAS

El sacerdote ha de tener una identidad madura fundada en una experiencia personal de la salvación y del llamado de Dios. Esto significa que en su formación inicial ha trabajado sobre su propia identidad, su historia, sus afectos, sus heridas y ha confirmado, en esa identidad, la llamada de Dios al ministerio ordenado al servicio de la Evangelización.

Una identidad madura constituye para el sacerdote el centro de gravedad desde el cual vive sus relaciones, sus decisiones y su servicio ministerial. Esta identidad lo habilita para una autonomía responsable en el modo en que desenvuelve su vida personal sacerdotal, así como en el ejercicio de su ministerio en la tarea de conducción de la comunidad y de anuncio del Evangelio a quienes no participen formalmente de la Iglesia. Esta identidad lo habilita, en definitiva, para entrar en relación con distintas personas: creyentes, no creyentes, obreros, profesionales, hombres y mujeres, etc. Desde su centro de gravedad se deja afectar en el encuentro y despliega su vida como una continua maduración de su identidad.

IDENTIDAD HUMANA: FRATERNO

Hermano entre los cristianos y hermano en la humanidad(2). Reconociendo la dignidad de cada persona humana, creada como imagen y semejanza de Dios, el sacerdote se entiende a sí mismo como hermano: cuida la vida frágil, mira a los ojos a quien es diferente, no se pone por encima ni por debajo, sabe inclinarse para acercarse al que lo necesita, sin proyectar superioridad. Su fraternidad se extiende al cuidado de toda la creación de la que se sabe parte y a la que ayuda a alabar a su Creador(3).

Para ser hermano, ha trabajado su corazón y madurado sus afectos, haciéndose capaz de amar, de comprometerse y dejarse afectar. Ama de modo célibe, extendiendo su amor a todos sin pretender poseer a nadie, sino sabiéndose poseído por Dios. Consciente de su propia vulnerabilidad, se sabe enviado por Dios para el servicio de sus hermanos y en ese servicio se constituirá en padre engendrando y nutriendo la vida del Espíritu.

La fraternidad le lleva a una actitud abierta al mundo plural con sus búsquedas, sus críticas, sus heridas y sus semillas del Reino. Sabe escucharlo y le apasiona poder ofrecerle la Buena Nueva de Jesucristo.

IDENTIDAD CREYENTE: CRISTIANO

Testigo para el mundo del resucitado y misionero de la Buena Noticia. El sacerdote es testigo de que en Jesucristo el grano de trigo caído en tierra se ha hecho fecundo venciendo a la muerte (Cfr. Jn 12,24). Este testimonio involucra la vida del sacerdote-discípulo que se verá transformada por Cristo y mostrará con sus gestos –coherentes a sus palabras– la verdad en la que cree: Jesucristo.

Vive su bautismo como centro de su identidad y se identifica con Cristo, hasta decir con Él a Dios: Abba (Rom 8,15). Ahí, en la experiencia de ser amado y “misericordiado” por el Padre(4), radica su identidad cristiana. Se sabe parte del Pueblo de Dios a cuyo servicio se consagra en colaboración con el Obispo y como miembro del presbiterio(5).

Es un hombre abierto al misterio, que no pretende controlar a Dios ni lo sagrado. Sino que permanece en el misterio y sostiene la pregunta y la búsqueda del rostro de Dios (Cfr. Sal 26).

IDENTIDAD SACERDOTAL: OFRENDA

Unido a Jesucristo el sacerdote entiende su existencia como una ofrenda: ser para los demás. La celebración del Misterio Pascual para el Pueblo de Dios, a la que se consagra, le lleva a desplegar en su vida las palabras que dice cotidianamente en nombre de su Maestro: “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes” (Lc 22,19). Así, se siente impulsado a presidir al Pueblo de Dios en la entrega de su vida unida a la de Cristo. La suya no es una ofrenda voluntariosa o meramente heroica, sino que es consecuencia gratuita de la experiencia fundante de ser amado.

Participando de la caridad pastoral de Cristo(6), el sacerdote despliega su servicio de pastor, que conduce y da la vida; de cabeza, que enseña, santifica y guía; de esposo, que ama con corazón maduro y comprometido; y de siervo, que sirve, abandonando toda búsqueda de posición para abajarse hasta la entrega de su vida, tras los pasos de su Señor (Cfr. Fil 2, 7-9).

Esta identidad sacerdotal excluye cualquier tipo de clericalismo que pretenda poner al sacerdote en el centro, creerse dueño de la acción de la gracia y del quehacer de la Iglesia(7). Por el contrario, le permite desplegar una sana paternidad al cuidado de la comunidad, alejada de lógicas de abusos o de privilegios sino preocupada por el bien de cada uno, con especial atención a quienes más sufren (Cfr. Mt 25).

ACOTACIÓN AL SELLO

La búsqueda de un sello en el presbítero diocesano se aleja de una lógica de uniformidad o de un perfil estricto que pretenda restringir la identidad de cada sacerdote. Por el contrario, la delineación de estas notas busca promover la identidad personal desde la identidad sacerdotal.

Por otra parte, esta formulación de ideales no olvida la concreción de valores necesarios en el presbítero, como son la sinceridad, el esfuerzo, la sensibilidad, la capacidad de compartir, la piedad, etc. Tampoco pretende exigir una perfección idealista, sino que ofrece un horizonte hacia el cual se orienta la formación inicial y se proyecta la formación permanente.

 


(1) RF 2016, 30-34.
(2) Cfr. LG 10.
(3) Francisco, Carta Encíclica Laudato Sí. Sobre el cuidado de la casa común, 11.
(4) Cfr. LG 28.
(5) Francisco, Carta Apostólica Misericordia et Misera, 16.
(6) PDV 23.
(7) “La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo fiel de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo (…) Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los seminarios y en todo el proceso formativo”, Papa Francisco a los Obispos de Chile en la Catedral de Santiago, 16.01.2018

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