Dimensión Espiritual


Las distintas dimensiones de la formación, que abarcan las facetas fundamentales que debe vivir el seminarista, para preparar su futuro ministerio sacerdotal, se integran en la dimensión espiritual. Esta se entiende, en palabras de Juan Pablo II, como “relación y comunión con Dios” (exhortación apostólica sobre la formación de los sacerdotes Pastores Dabo Vobis, N° 45). Cultivando una espiritualidad fecunda se le otorga el lugar correspondiente a cada dimensión de la formación ya que, en definitiva, es el alma de ella (DP 24).

La espiritualidad tiene que ver fundamentalmente con dejarse conducir por el Espíritu de Dios, que es quien le da sentido a todos los aspectos de la vida y nos regala la libertad interior. Esto se traduce en una actitud filial hacia el Padre y, especialmente en quien se forma para el sacerdocio, en la confianza que como hijos de Dios tenemos en la Iglesia (PDV 45).

El principal objetivo de profundizar en la relación con Dios es que esa experiencia personal de encuentro con Jesucristo, en términos de Aparecida, conduzca a la caridad pastoral, que no es otra cosa que “la total donación de sí mismo a la Iglesia” (PDV 23) a la manera del Buen Pastor, que da la vida por sus ovejas (cf. Jn 10, 11). En este mismo sentido, para lograr este objetivo, el seminarista buscará ir creciendo en docilidad, para estar atento y abierto a la voluntad de Dios. Pero, al mismo tiempo, en la progresiva contemplación del Señor, irá descubriendo, cada vez  más profundamente, la belleza, verdad y bondad de Cristo, que va invitando a crecer en el amor al Señor, e involucrándolo en todo su ser, para dar una respuesta, cada vez más generosa, de adhesión vital a Dios, vivida en la Iglesia. Durante este proceso, también se purifica la conciencia de la propia identidad, totalmente original y querida por Dios, y se madura en la caridad, la mayor de las virtudes (cf. 1 Co 13, 13).

Para poder desarrollar de la mejor manera una intimidad fecunda con el Señor, el Seminario pone a disposición del candidato al sacerdocio distintos medios. El primero de ellos es la vida comunitaria que ofrece la Casa de Formación, expresión de la vocación de discipulado comunitario a la que hemos sido llamados por Cristo (cf. Mc 3, 13; DP 46). También es de gran importancia el acompañamiento humano y espiritual por parte de los sacerdotes formadores, en particular del director espiritual. Se busca que el seminarista configure un proyecto personal de vida (PPV), instrumento que pretende ayudarlo a desarrollar su propia identidad, en constante actitud de discernimiento personal y eclesial, favoreciendo una respuesta libre y responsable. A esto se suma la vida litúrgica, principalmente con la celebración diaria de la Eucaristía y el rezo de la Liturgia de las Horas, y la vida de oración, donde adquiere especial relevancia la lectura orante de la Palabra de Dios, la lectio divina (DP 88 ss.).  De este modo será posible afinar el discernimiento, confrontándolo con Cristo mismo y, así, consolidar la vocación a la que hemos sido llamados. 


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